martes, 7 de octubre de 2008

JULIETA DE LIONCOURT vs... capitols 6 i 7

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JULIETA DE LIONCOURT
CAPÍTULO VI

Nuestra mesa, la que utilizaríamos a partir de ese día cada vez que vayaramos al restaurante, era la que se encontraba en el primer palco del primer piso(recordad que el teatro tenía las mesas de platea, las del primer piso–que eran las más caras– y las del segundo piso; en total había unas cuarenta mesas y sitio para 160 personas, cosa normal pues el restaurante-teatro era algo pequeño) era la mesa de honor. El palco estaba situado en la derecha del escenario. Las paredes estaban pintadas de color azul-claro, y tenía cortinas de seda de color rojo. La mesa tenía sitio para seis personas, aunque la mayoría de veces seríamos dos, o algunas veces cuatro. Estaba adornada con lirios blancos, que se encontraban en jarro-nes con algunos vidrios de colores. Los manteles y las servilletas también eran de seda, y también de color azul-claro, casi blancos. Los cubiertos de plata auténtica y los platos y vasos de la más fina porcelana. Me quedé deslumbrada por tanto lujo.
–¿No te sientas?—preguntó Lestat, a mi lado—Se va a enfríar la comida.
–¿La comida?—repetí, saliendo de mi encantamiento, aún atontada.
–Sí, acaban de llevar el primer plato mira—dijo él. Ya había el primer plato en la mesa. También habían llevado dos botellas del mejor cava.
Detrás de Lestat había un camarero, uno de los muchos que habíamos saludado mientras Lestat me enseñaba el restaurante.
Lestat se acercó y apartó mi silla para que me sentara. Luego hizo una señal al camarero y este se fue, dejándonos solos por fin.
–Espero que te gusten—dijo Lestat levantando las tapas que cubrían los platos—es una de las especiali-dades de la casa... Carne de Suspiros.
Quedé algo sorprendida por el nombre, ya que tan solo se trataba de raviolis(un plato típicamente italia-no, como era de suponer)... pero al probarlos entendí el porqué de su nombre. Eran los mejores raviolis que había probado hasta entonces...
Bueno, no me entretendré en detallar todos y cada unos de los platos porque no creo que sea muy inte-resante. Además eso no es de lo más importante de mi história para escribirlo.
Supongo que a esas alturas todos os estareis preguntando como es que no he mencionado el echo de que no me extrañara nada que Lestat no comiera ni bebiera durante toda la cena. Imaginad la razón. Todo era como un encantamiento, estaba tan fascinada por todo que ese detalle no me importó en absoluto. Nuestra conversa tampoco fue importante, ya que yo solo podía responder con "sí" o con "no". Al final ya Lestat dejó de preguntar y de hablar y recuerdo que se dedicó a observarme sin decir nada. Naturalmente le bastaba con poder leer mis pensamientos.
Pero el final de la cena fue lo mejor. Lestat hizo sonar un timbre. En pocos momentos apareció toda un grupo de mariachis(sé que suena raro mariachis en un restaurante italiano... ;-P pero así es como fueron las cosas qué quereis que haga). Empezaron a tocar rancheras alegres. Me quedé paralizada, de nervios y de emoción. En ese momento Lestat se levantó y se acercó a mí.
–¿Quieres bailar?—dijo, ofreciéndome la mano para ayudarme a levantar.
–Ehhh... esto... la verdad es que no sé bailar muy bien con rancheras, que digamos...
–¿Tienes vergüenza?—soltó una carcajada, otra más por aquella noche inolvidable—Venga, dejáte llevar por la música tan solo. Así de fácil.
No pude negarme. Me obligó a levantar, y se puso a bailar mientras yo intentaba hacerlo torpemente.
–Cierra los ojos—dijo en medio de una ranchera—y no pienses en nada más, sólo en la música. Deja que entre en ti, en tu cuerpo, en cada rincón de tu alma. Solo existe la música en estos momentos, la música y tu y yo.
Me quedé contemplando esos inmensos ojos azules que me miraban con dulzura. Y fue, simplemente, maravilloso. No puedo describir la felicidad que sentía en esos momentos. Solo por el echo de estar con ÉL, con LESTAT, esa persona con quién tantas veces había soñado. Cuando empezaron las lentas, estaba temblando completamente. Sentía su cuerpo tan cerca del mío, sus brazos abrazándome... aquello era el paraíso, sin duda alguna. Cuando terminé desee que estuviera soñando. Que todo fuera un sueño, para poder soñar que seguíamos bailando y que no nos separábamos nunca. Pero no lo era. Y se terminó. Sentí como los mariachis dejaban de tocar, como se íban y nos dejaban solos... completa-mente solos. Deseé que terminara como en las películas de final feliz, donde chico conoce a chica, la invita a una cena súper romántica, se dicen que están enamorados, se besan y terminan casándose. Pura fantasía. Estuvimos un largo rato en silencio sin decir nada. Abrí los ojos y me encontré con los suyos, mirándome fijamente. No pude hacer otra cosa que seguir mirándole, hasta casi perdiéndome en la inmensidad de ese azul tan tranquilizador. Mi mente estaba en blanco. No podía pensar en nada. Y nuestros labios... casi se rozaban. Si hubiera querido, o me hubiera atrevido, podría haberle besado, tan solo acerando la cabeza a la suya un milímetro más. Pero no lo hize. Y poco a poco se deshizo el abrazo.
–¿Estás bien?—me pregunto él.
–Si. Creo que...—íba a decir "nunca había estado mejor" pero me calle y no lo dije.
–¿Qué crees?
–Nada.
–¿Estás segura?—dijo mirándome de una forma extraña.
–Si, seguro.
–Bien—dudó un poco antes de seguir—puedes... ¿puedes esperarte un momento aquí? Voy a despedirme de Monsieur Patrizzio. Vuelvo enseguida.
–Está bien, como quieras—dije, pero bastó para que él se hubiera ido porque yo cogiera la libreta y el bolígrafo ue siempre llevaba en mi bolso y le escribiera esa nota. Hacía rato, durante la cena, había deci-dido escribirla. Mi nota decía:
"Querido, Querídisimo Lestat:
Aún no sé el motivo por el que decidiste conocerme y darme esos momentos de felicidad que he
tenido mientras estaba contigo. No lo sé. Y no me creo lo que me dijiste, que fue porque siempre te ha-bía gustado conocer gente y porque mi padre te habló tanto de mí. Desconozco la razón. Pero te agra-dezco, no puedes imaginarte cuánto, que hayas querido hacerme feliz. Te juro que nunca, ni aunque qui-siera, podría olvidar esta noche que hemos pasado juntos. Ha sido mágica, inolvidable. Pero tengo que irme, pues todo es tan magnífico que parece un sueño. Y los sueños, tarde o temprano, terminan. Así que no quiero hacerlo durar más para luego quedarme triste por tu pérdida. Por lo tanto prefiero que se quede así, que termine sabiendo que todo ha sido real, que nunca lo olvidaré, y... que nunca jamás po-dré olvidarme de ti. No sé si nos volveremos a ver. Si así es, podrás pedirme todas las explicaciones por
esa actitud mía de irme sin decirte nada. Si no nos vemos más... prefiero que se quede así. Sabes que ha sido muy importante para mí el echo de conocerte. He sido feliz, inmensamente feliz. Pero sigo recor-dando de que esto es un sueño, y debe terminar porque tengo que volver a la realidad. Nunca podré explicarte lo que ha sido para mí cada uno de los momentos que hemos estado juntos. Simplemente, no
puedo describirlo en palabras. Soy feliz. Te quiero, ahora y siempre...
Eternamente tuya. Julia"
Dejé la nota en la mesa, temblando mientras pensaba en lo que estaba haciendo. Pero no podía seguir. Rápidamente cogí mi abrigo, mi bolso y salí corriendo por el pasillo, dirigiéndome a la salida. Por el camino me pareció que alguien(solo podía ser Lestat) me llamaba, pero no hice ningún caso. Una vez en la calle seguí corriendo hasta que no pude más. Finalmente me quedé parada, en una calle, cansada, jadeando. Pensé en todo lo ocurrido. No podía creerlo aún. Como si fuera un sueño, decía en mi nota... Y es que lo parecía tanto, ahora que estaba en medio de la calle, mientras la gente pasaba a mi lado sin hacerme caso... Lo veía irreal, estaba como perdido a lo lejos. Sin embargo sabía que no era ningún sueño. Al final me puse a caminar y cuando pude, cogí un taxi hasta llegar a casa.
Por suerte ya estaban durmiendo todos, así que no tuve que dar explicaciones ni contestar el extenso interrogatorio que seguramente me habrían echo. Me alegré por eso y me fui a dormir. No tardé en dormirme, solo hizo falta que cerrara los ojos... como para que se me apareciera Lestat. Estuve toda, o casi toda la noche, soñando con él.
©Quedan todos los derechos reservados a la autora, Julieta De Lioncourt, desde ese mismo día, Sábado 10 de Febrero del 2001
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JULIETA DE LIONCOURT
CAPÍTULO VII

El día siguiente me desperté temprano. Ya no podía estar un segundo más en la cama. Fui directa hacía mi padre, que se había levantado hacia poco. Casi lo hago caer cuando me lancé sobre él para abrazarlo.
–Vaya, creo que la sorpresa que te esperaba debió ser algo impresionante para que te pongas así—dijo, sonriendo—venga, cuéntame como te fue.
–Tu ya lo sabías, ¿verdad?—dije, sonriendo también—Sabías que la sorpresa era conocer a Lestat.
–¡¡¡Cómo!!!—interrumpió entonces mi hermana Claire que acababa de entrar en la cocina—¿Qué conociste a Lestat?
–Esto... más o menos...
–¡Traidora!—dijo, bromeando pues a ella no le gustaba. Se ssentó a mi lado y soltó una carcajada—Ya veo tu cara de alucinada al verle...
–¡Ya empezamos!—dije enfadada. Ya me temía este tipo de bromas—No me quedé alucinada. Más bien terminé de enamorarme.
–¡JAAJAAJAA!—rió ella—Desde luego siempre estarás como una cabra. No tienes remedio.
No hize caso a su comentario; cogí a mi padre y me encerré a mi habitación con él y le conté todo lo que había pasado, después de haberle echo jurar que no lo contaría a nadie. Bueno, naturalmente me salté de contarle los sentimientos. Tampoco le conté el final verdadero. Me inventé que después de la cena Lestat había llamado a un taxi para que me llevara a casa y que lo había pagado él, pues no había aceptado que lo pagara yo.
Mi padre me hizo algunas preguntas. Creo que no se creyó el final que me había inventado, pero no hizo ningún otro comentario. Justo en ese momento alguién llamó al timbre de la calle. Mi padre fue a ver quién era, yo salí justo cuando colgaba el interfono. Me miraba como divertido.
–¿Pasa algo?—Pregunté, pues no entendía porque me miraba de esa manera. Se echó a reír.
–Vaya, vaya, vaya... ¿Hiciste algo especial para que Lestat tuviera una imagen muy buena de ti?
–¿Una imagen muy buena?—repetí, sorprendida—¿Qué pasa, a qué te refieres?
–Contéstame, ¿si o no?
Me di cuenta que estaba jugando conmigo y que sabía algo que yo desconocía.
–¡Papá me estás poniendo nerviosa!—pensé en el desmayo que tuve al ver a Lestat pero claro eso no se lo podía contar... ¡Vaya risa que hubiera habido en casa!–¿Qué pasa?
En ese mismo momento llamaron al timbre de la puerta. Papa me dirigió una mirada burlona.
–Es para ti, ve a abrir.
–¿Eres adivino?
–Tu ve a abrir.
Finalmente fui a abrir, nerviosa. Era un mensajero. Llevaba un enorme y precioso ramo de rosas rojas.
–¿La señorita Lydia Tysson?
–Sí, soy yo...
–Este ramo es para usted—dijo, dandomelo... mi sorpresa fue mayúscula.
–¿¿Para mí??—pregunté, reaccionando de mi sorpresa y cogiendo el ramo.
–Si. Si es tan amable tendría que firmar aquí.
–Claro, claro... ¿No sabe quién lo manda?
–No, yo solo llevo cosas de un lado a otro. Le será fácil saberlo si abre el sobre.
Dí la vuelta al ramo y entonces ví que había un sobre pequeño.
–Ah, no lo había visto. Grácias.
Cerré la puerta. Me quedé mirando el ramo y el sobre.
–¿No piensas abrirlo?—preguntó mi padre, riendo. Le miré.
–¿Porqué dijiste eso de que si le había dado una buena imagen a Lestat? ¿Acaso el mensajero te ha dicho que era de él?
–No me ha dicho nada. Es solo una intuición. Es muy curioso que vayas a cenar con Lestat y que el día siguiente ya recibas un ramo, ¿no crees? Venga, abre el sobre y saldremos de dudas.
–Me parece que hay gato encerrado por aquí... —pero aún eso, no dije nada más.Abrí el sobre temblando... y entonces sí que casi me vuelvo a desmayar, aunque esa vez me contuve. No hize ningún caso a las carcajadas de mi padre y fui directamente a encerrarme en mi habitación. Y ya no hace falta que diga quién me mandaba el ramo. Pero lo que más me sorprendió fue lo que decía la tarjeta que contenía el sobre. Efecivamente, como sabreis desde hace un rato, el ramo era de Lestat. Y en la tarjeta ponía:
"Para alguién que ha tenido el valor de hacer lo que hasta ahora nadie había atrevido a hacer: dejarme plantado. Te aseguro que no me perderás de vista tan pronto como tu piensas. Nos volveremos a ver, de eso puedes estar segura. Cuando Lestat De Lioncourt promete una cosa, es que esa cosa se cumplirá. Hasta muy pronto. Tu amigo Lestat".
Puse las rosas en un jarrón con agua y me quedé tumbada en la cama. Me dí cuenta de que aún estaba temblando de emoción. Puse el disco de Lestat y cerré los ojos. Todo aquello era demasiado, incluso era demasiado importante para contarlo a Helene y Isabela. Me guardaré ese secreto para mí, me prometí. Lo que en realidad había sucedido la noche anterior no lo debía saber nadie. Solo la realidad de ficción que le conté a mi padre, quién estaba totalmente seguro que jamás se lo contaría a nadie. Solo la sabrían él y por supuesto Helene y Isabela.
Me quedé dormida sin darme cuenta. Recordé toda la noche anterior, más bien lo soñé. Pero esa vez tuve una pesadilla. Soñe que Lestat venía a verme a casa el día siguiente de la cena. Estaba muy, muchísimo, enfadado conmigo porque le había dejado plantado. Yo le decía que le había dejado la nota, y él me decía que de qué nota hablaba. Me decía que no había encontrado absolutamente nada y que me había visto correr por el restaurante, que me había seguido incluso llamado pero que yo había actuado como si él no existiera. Yo me sentía terriblemente mal, no podía hablar bien, íba tartamudean-do. Él me decía que nunca lo había pasado tan mal y que ahora se avergonzaba de haberme conocido. Me decía que no quería que vayase a su concierto. Que le olvidara para siempre. Que nunca más nos volveríamos a ver. Yo me echaba a llorar finalmente, intentaba llamarlo, decirle que lo amaba con todas mis fuerzas y que había sido una imbécil. Pero las lágrimas no me dejaban hablar y él se íba, sin volver a mirar hacia atrás.
Me desperté de golpe, gritando. Estaba empapada de suor y muy mareada. Intenté tranquilizarme pero estaba muy nerviosa y no podía dejar de pensar en esa pesadilla que acababa de tener. Y si realmente terminaba sucediendo aquél sueño... sin remedio alguno me puse a llorar.
Era tonta, lo sé, eso no servía de nada. Si quería evitar que sucediera tenía que llamar o ver a Lestat y disculparme. Porqué y si había sucedido algo con la nota... quizá la habían perdido mientras limpiaban la mesa, o la habían tirado. No había más remedio, tenía que llamarlo. Pero había un pequeño problema: no tenía ningún telefono donde llamarle ni ninguna dirección donde poder encontrarlo. Lo tenía muy difícil.
©Quedan todos los derechos reservados a la autora, Julieta De Lioncourt, desde ese mismo día, Jueves 8 de Marzo del 2001
©Quedan todos los derechos reservados a la autora, Julieta De Lioncourt, desde ese mismo día, Sábado 10 de Febrero del 2001
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