viernes, 10 de octubre de 2008

JULIETA DE LIONCOURT vs... capitols 8 i 9

JULIETA DE LIONCOURT
CAPÍTULO VIII

Pasé la mañana sin hacer nada. No quería ir a clase, cosa que tampoco importaba. Podía pedir los apuntes y siempre que tuviera dudas pedir a alguién que me ayudara o que me aclarara esas dudas. Llamé a mis amigas. Quería contarles lo que había pasado. Al fin había decidido contarles toda la verdad. Ninguna de las dos tenía problema alguno para venir, así que quedamos en mi casa a las tres de la tarde. Desde esa hora y hasta las ocho de la tarde no había nadie en casa, ya que todos estaban trabajando o estudiando. Era la mejor hora en qué podíamos quedar, así estaríamos solas y nadie nos molestaría.
Isabela fue la primera en llegar, como casi siempre ya que ella siempre era la más puntual de las tres. Llegó cansada, como siempre. Con uno de sus habituales vestidos ajustados(que tanto llamaban la atención de mi hermano) y el pelo suelto. Se lo había teñido de rubio hacía muy poco, queriendo imitar a Lestat.
–Perdona ya sé que he llegado tarde... ya sabes como es el tráfico en esta ciudad.
Me puse a reír.
–Nunca cambiarás... faltan unos minutos para las tres aún. Has sido muy puntual como siempre.
–¿En sério?—puso cara de divertida—Pues te digo que pensaba que ya eran las tres y cuarto. Bueno, mejor. Y ahora que estoy aquí... ¿No puedes contarme eso que te preocupa y que creo que fue lo que te hizo faltar ayer a clase y estar toda la noche desaparecida?
Dejé de reír y me puse seriosa. Estaba muy preocupada pero no quería que lo notaran.
–Esperemos a Helene. No quiero tener que contarlo dos veces. Además quiero tener las opiniones de las dos.
–Ay chica qué misteriosa. Debe ser bastante importante para que no me lo quieras contar sin estar Helene. Ah, por cierto me ha llamado diciendo que quizá llegaría algo tarde, ya sabes como es y como está últimamente con su novio.
–No intentes que e lo cuente a ti sola. Ya te he dicho que quiero saber las opiniones de las dos.
–Está bien, no insistiré más—dejó sus cosas encima de mi cama—¿Qué hacemos mientras esperamos a Helene?
–No lo sé. A ver... ¡Ah, si! ¿Sabes ese reportaje que mi padre hizo hace pocos días sobre Lestat y la banda...?
–¡Síí! Que me dijiste que hablaría con Lestat... si que me acuerdo.
–Pues bien, sabes que no es normal que mi padre me deje ver sus reportajes antes de que salgan en antena...
–Pero...—dijo ella, interrumpiendome y sonriendo—con este terminó haciendo una excepción...
Le guiñé el ojo y saqué la cinta de video de mi armario.
–Efectivamente. Me puse tan pesada que no tuvo más remedio que hacerme una copia... hoy es viernes y no se emitirá hasta domingo. ¿Qué te parece si lo vemos?
–¿Me lo estás preguntando o solo me lo parece? Claro que sí, naturalmente. Luego cuando llegue Helene lo volvemos a poner...
Me hizo un guiño y las dos nos pusimos a reír. Fuímos a la sala de estar y pusimos el video. En él salían todos los videoclips que habían sacado; también entrevistas a ellos, sobretodo a Lestat. También algunas de las actuaciones que ya habían echo en algunas cadenas de televisión o rádio y salían críticos musicales y cantantes de otros grupos hablando sobre el grupo.
Por momentos conseguía olvidarme de el motivo por el que había quedado con mis amigas y me acordaba solo de lo que había vivido la pasada noche. Helene llegó a medio video tan tranquila como si nada. Íba toda vestida con ropa tejana, el pelo recogido con un moño y íba bastante maquillada.
–Lo siento pero ya sabéis como es George—George era su novio—es que se pone tan tierno cuando tenemos que separarnos... y claro entonces las despedidas son eternas.
Las tres reímos.
–¿Sólo un poco tierno?—dijo Isabele bromeando.
–Muy graciosa. ¡Oh, que ven mis ojos!—dijo fijandose en el televisor—¡el ángel caído más guapo del mundo entero! ¡¡Traidoras!! Y lo estabais viendo sin mí, ¡no os lo perdonaré nunca, eso no se hace!
–Tranqui, es el reportaje que hizo mi padre hace pocos días... jeje no saltrá en antena hasta el domingo, estamos viendo una exclusiva.
–Vaya pues así... jeje, podríamos coger y hacer copias a otras cadenas. ¡A ver quién paga mejor, jaja!—contestó, bromeando.
–Eeeeey recuerden que el video es mío... solo mío...
–Qué lástima... no me acordaba ya.
–y yo no traicionaré nunca a mi padre. Recuerdalo—dije en tono amenazador, también bromeando.
–Bueno, bueno—respondió—tranqui, ya ves que no tengo ninguna oportunidad estando tu tan convencida. Bien, ¿Volvemos a verlo desde el principio? Porque si no me equivoco creo que vosotras hace tiempo que lo estáis viendo...
–Ni lo sueñes. Has llegado tarde, ese es problema tuyo.
–Pero...
–Nada—contesté yo—lo terminamos de ver y luego hablamos. Cuando hayamos hablado lo volvemos a poner, ¿ok?
–Bien, por lo visto no tengo otra opción que la de esperar. Está bien, vosotras habéis ganado.
Seguimos viendo el reportaje. A medida que íba llegando al final me íba poniendo nerviosa. Además de que no sabía como empezar a contarles el motivo de la reunión, se añadia otro: sabía que se pondrían como una moto al enterarse de lo sucedido y también se enfadaría por no haberles contado nada antes.
Finalmente el reportaje terminó. Y, aunque tampoco había nadie en casa, nos fuímos a encerrar en mi habitación. Una vez allí, y para empezar de algún modo, les conté la sorpresa que me había traído mi padre de parte del grupo. Ante esto mis amigas se quedaron más flipadas y alucinadas que enfadadas, más que nada porque mi padre se había acordado de ellas y les había llevado una postal del grupo para cada una firmada y dedicada.
–Aún no me lo creo...—dijo Helene, mirando su postal—¡Ay tu padre me ha hecho la chica más feliz del mundo!
–Dudo que lo seas más que yo—replicó Isabela—pero escucha, ¿eso era el motivo tan importante por el que querías hablar con nosotras y el que no nos querías contar por teléfono?
–No—dije suspirando—no ea ese el motivo, desde luego...
–¿Entonces?—preguntó Helene—Habla ya de una vez. Desde que he llegado que me he dado cuenta que estabas preocupada pero que intentabas disimularlo. Solo mientras mirábamos el reportaje de tu padre te he visto algo distraída.
–Yo también lo he notado pero nohe comentado nada porque tu misma has dicho que ya hablaríamos. Anda, empieza ya de una vez.
Suspiré profundamente. Miré a las dos, fijamente, primero a una y luego a otra.
©Quedan todos los derechos reservados a la autora, Julieta De Lioncourt, desde ese mismo día, Sábado 10 de Febrero del 2001
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JULIETA DE LIONCOURT
CAPÍTULO IX

–Desde luego soys las mejores amigas que tengo y que podré tener siempre—dije, y empezé a contarlo todo. A medida que lo íba contando notaba los cambios de sus rostros. Primero sorpresa, luego poco a poco algo de envidia, y al final... La sorpresa más grande que habían tenido hasta entonces al contarles que había plantado a Lestat, y también al contarles lo del ramo(que si no llego a tenerlo en mi habitación no se lo creen) y la pesadilla que había tenido. Al terminar de contarlo todo, hubo un largo silencio que pareció interminable.
–Por favor—pedí, mirandolas a las dos, que aún estaban calladas—decidme algo, de verdad que no sé que hacer...
–¡Tu estás loca!—gritó Helene, siendo la primera en contestar—Como se te acude hacer esto a Lestat, ¡Dejarle plantado! ¿Sabes lo que habrían llegado a hacer millones de chicas para estar en tu sitio?
–¡Y la señora va y lo deja sin ninguna explicación!—saltó Isabel, que se había mantenido callada hasta entonces—¡Ya te vale! ¡Tu estás mal de la cabeza!
–Pero..—dije, intentando disculparme—tenía miedo. Nunca había llegado a imaginarme que actuaría así.
–Pero lo has echo—contestó Isabel—Y ahora mira la situación.
Noté que se íban enfadando poco a poco. La situación se estaba descontrolando. ¡Y yo había pensado no decirles nada!
–¡Encima no nos dijiste nada! Nos llamas diciendo que te olvidemos por esa noche, dices solo que es muy importante y que nos lo contarás...
Me íba destrozando por momentos, y me dí cuenta del error que había cometido.
Helene e Isabel habían seguido hablando, acusandome. Hasta que, de pronto, y por sorpresa mía, las dos se echaron a reír a la vez.
–¿Qué les pasa ahora?—pregunté entre preocupada y sorprendida—Creí que estaban enfadadas conmigo...
–Ves—dijo Isabel a Helene—sabía que tarde o temprano nos lo contaría.
–¿Contarles qué¿ Por favor no me estoy enterando de nada.
–Está bien, ya te lo cuento—contestó Isabel, riendo aún—No sé si te acuerdas que habíamos quedado para celebrar tu cumpleaños.
–¿Qué tiene que ver eso?
–Tu calla y deja que terminemos. Aunque no estuvieras, decidimos quedar igualmente. Y sentíamos tanta curiosidad por saber porqué no habías querido quedar con nosotras, que luego cuando ya estabámos juntas, llamamos a tu casa.
–¡Pero si yo no estaba en casa!
–Prescisamente. Y tu padre cogió el telefono. Y no paramos hasta que nos contó donde estabas.
–¿Cómo?—dije yo, boquiabierta—pero si... mi padre no sabía nada de nada de la cena, ni del regalo.
Las dos se echaron a reír.
–¡Eso te hizo creer! Terminó contandonos la verdad.
–¿Qué verdad?—dije, cada vez más boquiabierta.
–Pues que la sorpresa que te esperaba en el hotel era conocer a Lestat y luego ir a cenar con él... Nos contó que el solo le dijo a Lestat que permitiera que tu lo conocieras, pero él al saber que era tu cumpleaños, se puso tozudo hasta conseguir que tu padre entrara en el juego, haciendote creer que no sabía nada de la sorpresa y que tampoco sabía que te íbas a cenar con él.
–¡JAJAJA!—rió Helene—lo pesadas que llegamos a ponermos para que nos contara donde te habías metido...
Me quedé callada, mientras ellas se íban riendo. De modo que lo del enfado había sido una broma... Íba mirando ahora a una, después a otra....
–¡Ya os vale!—dije, haciendo ver que me ponía a llorar—Yo temblando porque creía que de verdad estabais enfadadas conmigo y que no me íbais a perdonar y va y resulta...—paré un momento, pues entonces tenía ganas de reír—resulta que todo era una broma!
–Venga, no te lo tomes a la tremenda, ahora. Sabíamos que no podrías callarte y que hoy mismo nos querrías ver para contarnoslo. Recuerda que somos tus mejores amigas y nos conocemos de sobras para saber como actuará cada una de nosotras...
–Si, es cierto tu misma lo has dicho—dijo a su vez Isabel—con lo que no contabamos es que dejaras plantado a Lestat... con eso si que nos has dejado sin habla.
Dejamos de hacer broma las tres y nos pusimos serias.
–Es cierto... y aún esperaba menos que después de eso te mandara ese ramo. No sé porque te preocupas. Él mismo lo dice en la nota.
–¿Qué dice?
–Eres tonta. Que no está enfadado contigo por haberle dejado plantado.
–Eso es lo que no acabo de creerme. Recordad el sueño que he tenido...
–No seas tonta. Ya empiezas con tus tonterías de que los sueños siempre quieren decir algo.
–No me quedaré tranquila hasta que no pueda disculparme. Aunque me haya mandado el ramo, eso no quiere decir nada.
Entonces Helene soltó una exclamación.
–¡Ya lo tengo! A ver, vayamos despacio. Según lo que nos has contado... Fuiste a recepción a preguntar por el “regalo misterioso” que aún no sabías...
–Si, así es.
–Y después.... La recepcionista te dió ese pase tan magnífico con el que las tres entraremos gratis en cualquier sitio...
–¿Las tres?
–A ver, ¿no pone que es válido para su propietaria, o sea tu, y dos acompañantes?—replicó guiñándome el ojo.
–Puedes quedarte tranquila, ya pensaba ir siempre con vosotras...
–De acuerdo, sigamos. La recepcionista te dió ese pase... y algo más.
–Ay me estoy perdiendo—dijo Isabel.
–No eres la única—dije yo—A mi me pasa lo mismo.
Helene lanzó un suspiro de desesperación, en broma.
–¡¡¡¡¿¿No te dió también las llaves de la habitación de LESTAT??!!!!
Entonces fuí yo quién lanzó la exclamación.
–¡Es verdad! Ya no me había acordado. ¿Pero para que quieres las llaves?
–Tu calla. Aún las tienes... ¿No?
Me alzé y empezé a buscar por los bolsillos del abrigo que llevaba. No estaban. No me acordaba de que Lestat las cogera, y aunque podía haberlas cogido mientras yo estaba desmayada... Pero también me podían haber caído. Empezé a buscar por toda la ropa que llevaba el día anterior.
–¡Por fin!—dije, y las encontré en mi bolso.
–Uff, creía que las habías perdido, menos mal...—dijo Isabel.
–Cosa que no sería extraño con lo despistada que eres...—contestó Helene, y tuvo que esquivar un cogín que le lanzé.
–Bueno... ahora ya tenemos las llaves. ¿Qué hacemos?
–Pues...—dijo Helene, y nos miramos las tres—¿Quizá ir al hotel y entrar en su habitación? Y con un poco de suerte le encontramos allí...
La verdad es que ninguna de las tres se decídia a hacerlo. La idea de entrar a la habitación de Lestat sin que él se diera cuenta era tentadora, pero aún más la idea de entrar y encontrarnoslo allí. Creo que las tres estábamos pensando en lo mismo.
©Quedan todos los derechos reservados a la autora, Julieta De Lioncourt, desde ese mismo día, Viernes. 4 de Mayo del 2001
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